domingo, 16 de mayo de 2010

Angeles Derrotados

"...La caída libre y sin retorno de estos jóvenes que nunca fueron expulsados del paraíso porque nunca estuvieron allí." nos dice Rodrigo Fresán en su crónica del suplemento Radar del diario argentino Página/12 para retratar el mundo que encierra las páginas de la estupenda "Angeles Derrotados" (1983) del norteamericano Denis Johnson, recientemente reeditada por Anagrama. Esta pequeña obra maestra - tal como la calificó Philip Roth- es la demoledora narración de la vida de dos jóvenes que se encuentran por azar a bordo de un bus Greyhound con destino a Pensilvania, ambos huyendo de un pasado pero sin ninguna certeza de un futuro.

La prosa de Johnson destila una crudeza sorprendente que en muchas ocaciones se esconde bajo una bella poesía. Cada página de la novela se consume tan rápido como van ocurriendo los acontecimientos - narrados con destreza - a nuestros miserables protagonistas, Jamie y Bill, dos seres que tienen como ningún otro sus pies atados a la tierra, día tras día en medio de la terrible espesura de la ciudad. Chicago o Pittsburgh, no importa, porque para ellos es lo mismo, no hay sueños, sólo el momento: "no necesitaba ni mapa ni reloj para saber que se hallaba de nuevo en el peor momento, en el sitio menos indicado". De pronto, sin saber cómo ni donde, ambos se separan y caen irremediablemente a un abismo.

Después de su amargo paso por los más oscuros rincones de Chicago, Jamie y Bill se reencuentran. Corazones devastados, ángeles en decadencia, como aquel ángel que cae en desgracia al bajar a la tierra interpretado por Bruno Ganz en el film "Tal Lejos, Tan Cerca" de Win Wenders. Para ambos, el mundo se convierte en una droga silenciosa que los hiere y los golpea con su falsa risa. Como si se tratase de una canción de Dakota Suite, en "Angeles Derrotados" el dolor y la tristeza están presentes todo el tiempo.


Si una apocalíptica novela como "La Carretera" de Cormac McCarthy deja al menos algún grado de esperanza, aquí no hay luz al final del túnel porque para nuestros antihéroes la suerte ya está echada. Estando en Phoenix con Jamie en casa de su familia, Bill junto a sus hermanos planifican un robo a un banco en un arrebato por encontrar la libertad. Todo sale mal, muy mal. Ambos, a su manera, quedan condenados.

Como cuando llega esa fuerte brisa de otoño que arranca las hojas de los árboles y anuncia la lluvia antes de caer, al llegar a las últimas páginas, y a diferencia de cualquier otra novela, uno desea como nunca antes que el final no llegue, porque línea a línea se va asomando el terrible desenlace: "Se sumió en la oscuridad entre un latido y otro, y allí descansó. Y entonces se dio cuenta de que el siguiente no vendría. Ya está. Es el último. Miró hacia la oscuridad. Me gustaría aprovechar esta oportunidad pensó, para rogar por otro ser humano."

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