viernes, 29 de octubre de 2010

Tan lejos, tan cerca.


Cuando creía que iba por "El Mar" de John Banville o por algún otro de la serie Libros del Asteroide, me encontré con el "El día de todas las almas" (2000) del holandés Cees Nooteboom, novela que regalé a una amiga que no la terminó de leer - porque le pareció "muy profunda" - y que por lo tanto tomé prestada. Con una prosa a ratos compleja, que se mueve entre paisajes de gran poesía, metafísica o filosofía, Nooteboom narra la historia de Arthur Dane, un reportero que tras sufrir una gran pérdida camina por Berlín cámara en mano, compartiendo con un grupo de amigos las eternas preguntas de la vida hasta que es hipnotizado por una extraña mujer que seguirá hasta Madrid.

Como los ángeles caídos del extraordinario film "Tan lejos, tan cerca" (1993) de Wim Wenders, Arthur Dane recorre las calles de Berlín, en medio de la luz gris en busca de lo que los otros no ven. Vagando por la Flakplatz, la Schwedter Strasse o el Gleimtunnel, el hombre de las imagenes sigue los postulados de Camus "averiguo muchas más cosas observando las colinas onduladas" y a través de la música de John Cage disfruta de sus silencios porque la música que estira el tiempo también estira el espacio de la imagen.

"Cuando los cuerpos en esa habitación hubieran olvidado a sus personas...pocas lágrimas, una cicatriz que brillaba, un cuerpo aovillado como si quisiera empezar ahora a dormir para siempre...cuando la luz gris berlinesa se deslizara en el interior por la ventana sin cortinas, cuando registrara el silencio..."

Si Patrick Modinado con su novela "En el café de la juventud perdida" nos sumerge en el Eterno Retorno por la calles de París con los mismos días, las mismas noches, los mismos lugares, los mismos encuentros, aquí Nooteboom nos muestra L'eternité quoi de Berlin : el completo ciclo eterno y compulsivo del día que nunca cambiaba, el año que nunca cambiaba. Las imágenes congeladas de esa ciudad castigada - con la parte más débil mantenida viva al aire - y de un pueblo devorado entre sí en un mundo partido en dos y que ahora había vuelto a encontrar su alma peculiar.

Si en este preciso instante la nieve cayera sobre Berlín, Arthur Dane estaría ahí registrando el momento. Esa belleza de las cosas que no volverán y que se acaban tan rápido como el paso de una flecha. Sinfonía de una ciudad. Instantes congelados en un frío rollo de película - me imagino cualquier canción de Dakota Suite en este momento - como un hilo que mantiene nuestra memoria y que con el paso del tiempo se estira aún más. Imágenes que evocan lugares que ya no están pero que renacen ante nuestros ojos como si estuviésemos ahí: tan lejos, tan cerca.