sábado, 28 de marzo de 2009

Guitarra, vas a llorar.

Fue a través de Zona de Contacto que me enteré que Steve Shelley, baterista de los Sonic Youth - que por estos días tocan en el Pepsi Fest -, tocaría en Matucana 100 junto otros músicos amigos. Se trataría de un proyecto paralelo de Shelley, a lo que se agregaría una banda de Brooklyn llamada Tall Firs, en un sesión con entradas limitadas, que se anunciaba como "una montaña rusa de ruidos".

Llegué al evento con poco tiempo de anticipación, cuando Steve Shelley estaba dando una entrevista, ante la mirada atónita de los fans, que no hacían otra cosa que aprovechar la ocasión para las fotos. Una vez dentro del teatro, el montaje de los instrumentos en el escenario, que incluía una guitarra colgada del techo, muchos pedales y una mesa llena de artilugios de ruido, evidenciaba lo que vendría. Primero salió Aaron Mullan - uno de los miembros de Tall Firs -, quien junto a su guitarra, interpretó temas que partían en clave folk, muy lo-fi , pero que por momentos explotaban en ruido, como verdaderas granadas noise, gracias al (ab)uso de los pedales. Pero Mullan sería el aperitivo, ya que luego subió sorpresivamente al escenario nada menos que Lee Ranaldo - otro de los integrantes de Sonic Youth -, cumpliendo así el sueño de todos de experimentar una sesión sónica de lujo.

Lo que Ranaldo hizo en el escenario no fue una presentación musical, pues lo que escuchamos y vimos se trató de una verdadera experimentación de arte, donde el ruido era el protagonista. Comenzó con la guitarra colgada, la que junto a una especie de arco, tocaba dando origen a un sonido que salía del alma de la guitarra, un llanto que subía de tono y se transformaba en grito a través de los efectos de los pedales y el acoplamiento que conseguía cuando la guitarra oscilaba por el escenario. Mientras la primera seguía con sus alaridos, Ranaldo sacó otra guitarra la cual usó como instrumento de percusión, golpeándola con los puños o unas baquetas, arrastrándola al piso o desmenuzando sus cuerdas. La combinación de las guitarras generaba un ruido tal que parecía que ambas llegaban a un clímax sexual. Cuando las dos primeras dejaron de gritar, una tercera guitarra era ultrajada por un Ranaldo que se bajaba del escenario e invitaba a los asistentes de primera fila a formar parte del festín, donde decenas de manos abusaban de una guitarra que a esas alturas ya no tenía dignidad.



Cuando Steve Shelley subió al escenario junto Jeremy Lemos y Matt Zivich - los demás integrantes del proyecto -, dieron vida a una verdadera jam session. La batería de Shelley, era acompañada por los artilugios electrónicos o electroestáticos de Lemos y Zivich y las guitarras de Ranaldo y Mullan, en una combinación extrema de percusión y ruidismo, que se prolongó por más de media hora. La puesta en escena, me recordó algunas de las presentaciones que había visto en video de la mítica banda CAN y también de la filosofía del compositor John Cage - uno de los pioneros en la experimentación de de la música electrónica y las posibilidades del ruido -, quien se preguntaba si acaso el ruido puede hacer música. Como sea, la experiencia vivida es única y más aún cuando ocurre en un espacio en el cual podemos ver a los artistas, no sólo muy cerca en el escenario - tal como ocurrió con Bill Callahan el 2008 en el Normandie - , sino también a tal grado de obtener sus palabras, autógrafos y fotografías, no se termina nunca de agradecer.

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